Normalmente, al hablar de un vehículo eléctrico y de sus prestaciones a la hora de averiguar si se nos acopla a nuestros desplazamientos más habituales, nos referimos, entre otros aspectos, a la potencia de carga. Pero hay un concepto al que no siempre se le presta la importancia que realmente tiene: la velocidad de carga.

La potencia y la velocidad de carga

La potencia de carga, como es bien conocido por toda aquella persona iniciada o interesada en la movilidad eléctrica, se expresa en kilovatios (kW), no en kilovatios hora (kWh), que corresponde a la capacidad de la batería, y depende de la intensidad de corriente, del voltaje y del número de fases (monofásica o trifásica).

En función de todo ello, podremos estar ante una carga lenta, que es la que se realiza por la noche o en el lugar de trabajo, ante una carga semirrápida (mientras asistimos a una reunión, un evento social, etc.), o ante una carga rápida o ultrarrápida (tambien conocida como atendida), que es la dedicada a los viajes largos.

¿Qué es entonces la velocidad de carga de un vehículo eléctrico? La velocidad de carga de un vehículo eléctrico se puede entender como la cantidad de kilómetros de autonomía que introducimos en la batería durante el proceso de carga. En este concepto se tiene en cuenta otro parámetro: el consumo de energía. Como cada vehículo eléctrico presenta un consumo particular, a una potencia de carga determinada el vehículo que tenga un consumo mayor cargará a una velocidad menor (tardará más tiempo en incrementar los kilómetros de autonomía).

La velocidad a la que se carga un vehículo eléctrico depende por tanto del consumo medio del mismo y de su potencia de carga. Así, un vehículo eléctrico que presente un consumo medio de 30 kWh/100 km, tardará el doble de tiempo en recuperar 200 km de autonomía por ejemplo que otro vehículo con un consumo medio de 15 kWh/100 km (la mitad).

Cabe resañar que interviene otro parámetro en el proceso de carga: la temperatura. Esta es la verdadera causante de que una batería se degrade, y es por ello por lo que un buen sistema de refrigeración de la misma, asociado a potencias de carga reducidas, alargan su vida útil.

En la siguiente tabla puedes ver la autonomía que se gana por cada hora de carga en función de la intensidad de corriente con que estemos cargando (considerando un consumo medio del vehículo de 17 kilovatios hora por cada 100 kilómetros recorridos):